lunes, 5 de marzo de 2012
Sobre el sexismo del lenguaje y la RAE (II)
Publicado el 5 marzo, 2012 por Rebeca Ruiz Como decíamos hace un ratito, aunque la RAE haya demostrado un arraigado machismo a lo largo de su historia, es necesario examinar cada documento producido por ella de forma independiente. La gente y las instituciones cambian e incluso puede que no todos los académicos tengan las gónadas tan gordas como Arturo Pérez-Reverte (sí, ya sé que meterme con hombres bajitos como él es un recurso fácil, pero me resulta muy divertido).
Después de llegar a la conclusión (al menos en mi caso) de que la RAE es una institución machista, habría que esclarecer si nuestro idioma es machista o no para valorar si las conclusiones del informe de Bosque son acertadas. De ahí que lleguemos a la segunda pregunta propuesta en el artículo anterior:
¿Es el castellano sexista?
Yo creo que sí, pero no en el sentido que se apunta desde muchas organizaciones feministas. Intentaré explicarme en los siguientes párrafos.
Es cierto que muchas de las expresiones que se utilizan diariamente invisibilizan a las mujeres, las discriminan o incluso las vejan. Bosque cita varios ejemplos, tremendamente esclarecedores, extraídos del libro ¿Es sexista la lengua española? de Álvaro García Meseguer:
Hasta los acontecimientos más importantes de nuestra vida, como elegir nuestra esposa o nuestra carrera, están determinados por influencias inconscientes
Gente que solo busca su pan, su hembra, su fiesta en paz*
Los ingleses prefieren el té al café, como prefieren las mujeres rubias a las morenas
¿Es más machista el castellano que la sociedad en la que vivimos?
No lo creo. Jarchas aparte —hoy en día ese trozo sería rápidamente tildado de machista— la sociedad española ha evolucionado bastante en los últimos treinta o cuarenta años. En twitter triunfa periódicamente el hashtag #ranciofacts para referirse a expresiones, en muchos casos machistas, que eran populares hace unas décadas y hoy se consideran completamente «pasadas de moda». El paradigma del machista es hoy el zafio y repulsivo Torrente, no el triunfador de los anuncios del brandy Soberano. Todo eso se refleja en el lenguaje del día a día. El machismo es más sutil, en muchos casos permanece agazapado en lo que decimos y resiste perfectamente un examen superficial del discurso, como un residuo de esa educación que hemos recibido y que es difícil erradicar. Pero el hecho de que el machismo ya no sea tan visible como antes es motivo, creo, para la esperanza.
Lo que no creo que se sostenga lingüísticamente hablando es esa pretensión de que todo aquello que termina en -o es necesariamente masculino o excluya a las mujeres (aunque es cierto que no las muestra explícitamente). Y voy a explicar por qué.
¿De dónde viene el denominado «masculino genérico»?
Todo empezó por unos cuantos hablantes de latín mesetarios. Como buenos protoespañoles, eran bastante perezosos y aficionados a la siesta y la sangría. Solían arrastrar el final de las palabras, de forma que se comían las últimas consonantes y convertían vocales cerradas como u en vocales abiertas como o más fáciles de pronunciar cuando has terminado de comer, te domina la modorra y todavía faltan siglos para saber que un café con hielo te ayudará a hacer la digestión y parecer persona después de cascarte un buen cocido madrileño.
De esta manera, eso de pronunciar la palabra latina mĕmbrum terminándola con la boquita cerrada en -um se les hacía muy cansado a estos protoespañoles nuestros, que preferían aquello de terminar estas palabras en -o, tal cual: membro. Pero claro, aquello de juntar tantas consonantes -mbr- se les hacía también muy cansado, así que terminaron por meterle una i a la palabra en la primera sílaba para descansar: miembro, palabra derivada de un término latino neutro y que en castellano tiene género gramatical masculino para aquello de las concordancias, pero que puede referirse a hombres, mujeres y otros seres sexuados, además de cualquier cosa susceptible de formar parte (de ser miembro) de un conjunto más grande:
■Ella era otro miembro del jurado
■Juan perdió un miembro en la guerra
En el caso de víctima, aunque esta palabra tiene género gramatical femenino, ocurre algo parecido. Da igual que la víctima sea un hombre, una mujer, un perro o una gata: su género gramatical siempre será femenino. La palabra, por cierto, apenas varía con respecto a su origen latino: victĭma.
Se dice acerca de palabras como víctima y miembro que son sustantivos de género epiceno. Se refieran a un macho o a una hembra de la especie que sea, su género gramatical siempre será el mismo: masculino en el caso de miembro y femenino en el caso de víctima. Los determinantes que acompañan a dichos sustantivos (la víctima, el miembro) no contradirán al género gramatical del sustantivo al que acompañan. Persona es, quizás, el sustantivo epiceno más extendido en nuestro idioma.
Por el contrario, hay otros sustantivos que, aunque no cambien su morfología según se refieran a un ser vivo de sexo masculino o femenino, sí cambian de género gramatical dependiendo de si se refieren a un macho o a una hembra. Es decir, que aunque la forma de la palabra no cambie, sus acompañantes (adjetivos y determinantes) nos dan pistas acerca del género del nombre al que acompañan.
Por ejemplo, puedes decir “ese psiquiatra desquiciado intentó desprestigiar a una magnífica profesional porque eran rivales” o “esa psiquiatra desquiciada intentó desprestigiar a un magnífico profesional porque eran rivales”. Psiquiatra, profesional y rival son sustantivos comunes en cuanto al género y adoptan género masculino o femenino dependiendo del sexo de la persona a la que se refieren.
En los ámbitos político y profesional, en los que la neutralidad es a menudo un valor importante, se utilizan muchos sustantivos comunes en cuanto al género, que no explicitan por sí mismos el sexo de la persona que ejerce el cargo. Es el caso de presidente, concejal, juez, alcalde, asistente. Sin embargo, determinados colectivos, al parecer incapaces de creer que una mujer pueda ejercer su profesión con la misma neutralidad y rigor que un hombre, pretenden imponer las desinencias femeninas en -a para estos cargos: presidenta, concejala, jueza, alcaldesa, asistenta. Variantes de género en algunos casos inventadas y en otros rescatadas de siglos pasados, cuando designaban a la esposa (en algunos casos con sorna evidente) de quien ostentaba el cargo. Al hombre, sin embargo, se le presupone neutralidad y tiene pleno derecho a utilizar la desinencia con género no marcado para su cargo.
Llama también la atención el caso de la palabra asistenta, que cuando tiene la desinencia femenina se refiere a la empleada doméstica que tienen muchas familias para limpiar la casa o cuidar a los niños. Los cargos políticos que llevan la palabra «asistente» en su denominación no suelen desdoblarse para las mujeres.
Pero volvamos a nuestros perezosos protoespañoles, amantes de la sangría y la siesta y tan haraganes que convirtieron el término latino neutro mĕmbrum en la palabra castellana de género gramatical masculino «miembro». El problema de muchos términos en latín es que su versión masculina y neutra se parecían demasiado para la abotargada mente del macho carpetovetónico ahíto de potajes. Voy a poner un ejemplo con el adjetivo latino totus -a -um, de donde vienen todo, toda, todos y todas en castellano.
Declinación de totus-tota-totum en latín y su equivalencia en castellano Género Número Caso Latín Español
Masculino Singular Nominativo tōtus todo
Vocativo tōtus
Acusativo tōtum
Genitivo tōtīus
Dativo tōtī
Ablativo tōtō
Plural Nominativo tōtī todos
Vocativo tōtī
Acusativo tōtōs
Genitivo tōtōrum
Dativo tōtīs
Ablativo tōtīs
Femenino Singular Nominativo tōta toda
Vocativo tōta
Acusativo tōtam
Genitivo tōtīus
Dativo tōtī
Ablativo tōtā
Plural Nominativo tōtae todas
Vocativo tōtae
Acusativo tōtās
Genitivo tōtārum
Dativo tōtīs
Ablativo tōtīs
Neutro Singular Nominativo tōtum todo
Vocativo tōtīus
Acusativo tōtum
Genitivo tōtīus
Dativo tōtī
Ablativo tōtō
Plural Nominativo tōta todos
Vocativo tōta
Acusativo tōta
Genitivo tōtōrum
Dativo tōtīs
Ablativo tōtīs
¿En serio creéis que unos vagos capaces de hacer converger toda una amalgama de casos terminados en alguna vocal cerrada con alguna consonante en palabras más cortas y fáciles de pronunciar van a ser capaces de repetir constantemente «compañeras y compañeros» o «todos y todas»? La economía del lenguaje no es una construcción intelectual, no es una abstracción: es una tendencia natural del ser humano para expresarse de forma más eficiente. Si os fijáis, tanto el acusativo singular como el plural se corresponden de forma bastante fiel con esta palabra en castellano, salvo en el caso del neutro plural, que en latín termina en -a y en castellano termina en -os (si interpretamos el masculino genérico como neutro). No sé exactamente por qué ocurre esto así; tal vez por mantener coherencia con un todo singular que sí es muy parecido al totum neutro latino.
Ya dije anteriormente que no soy filóloga; yo solo me dedico a corregir los textos de los demás como editora. Mi conocimiento acerca de la lengua es eminentemente práctico. Lo que sí sé es que las derivaciones del latín al castellano que han terminado conformando la lengua que hablamos hoy se han ido produciendo durante cientos de años y que, en su inmensa mayoría, estas derivaciones han tendido hacia un menor esfuerzo del hablante. Por lo tanto, si se quieren implantar medidas que favorezcan con éxito la visibilidad femenina en el lenguaje, no deben costar un esfuerzo adicional significativo al hablante, ya que de lo contrario están condenadas al fracaso. Desde ese punto de vista, el desdoblamiento de los plurales durante el discurso no me parece una estrategia inteligente, aunque comparto los motivos de las personas que lo defienden.
Notas al pie
* De la canción Libertad sin ira, muy popular durante la Transición, del grupo musical Jarcha
http://rebecaruiz.com/2012/03/sobre-el-sexismo-del-lenguaje-y-la-rae-ii/