domingo, 23 de mayo de 2010
KIRSTEN LATTRICH. El feminismo, asignatura pendiente de los hombres. Los hombres, asignatura pendiente del feminismo.
Publicado en la Revista de Estudios, nº 13 Marzo de 2010, de la Fundación 1º de Mayo.
“Los roles de género preestablecidos son la base de la sociedad industrializada y no sólo un vestigio tradicional al que se podría renunciar fácilmente.” (Beck y Beck-Gernsheim 1998:47-48)
Estos días celebramos el centésimo aniversario del día Internacional de la Mujer. A iniciativa de la líder comunista alemana Clara zetkin, la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas, reunida en Copenhague en 1910, proclamó ese día como una jornada de lucha por los derechos de las mujeres. al año siguiente se celebró el día Internacional de la Mujer por primera vez en Alemania, Austria, Dinamarca y Suiza, con asambleas multitudinarias.
Cien años después de estos sucesos son indiscutibles los avances que se han producido en el mundo industrializado. El derecho a votar, a trabajar, a poseer propiedad, a divorciarse, a decidir sobre el propio cuerpo, a formar parte de los gobiernos, a estar en los espacios de poder… todo ello es fruto de la lucha colectiva e incansable de las mujeres. Sin lugar a dudas, la consecución de la igualdad formal ha supuesto para las mujeres cambios sin precedentes y de alcance verdaderamente revolucionario.
Pese a todos estos avances, resulta evidente la gran distancia que falta aún por recorrer hasta logar la igualdad real. Pero lo que más preocupa en estos momentos no es tan sólo la conciencia de todo lo que aún está por alcanzarse o los esfuerzos por realizar: lo que inquieta realmente es un cierto estancamiento y en ocasiones incluso retroceso en el camino hacia la justicia de género pese a los avances formales y legislativos. Tanto la creciente feminización de la pobreza como los neo- y micromachismos, la perpetuación de la segregación ocupacional y la persistencia de la brecha salarial son fenómenos que confirman esta percepción y hacen necesario un análisis más profundo y una ampliación, en consecuencia, de la agenda feminista.
Las causas de esta interrupción en el avance hacia una sociedad con equidad de género son múltiples pero, sin duda, uno de los factores clave es la ausencia de los varones en el movimiento feminista. Mientras que los avances en materia de igualdad supusieron una transformación enorme para unas, otros se quedaron en posición de observadores externos, en el mejor de los casos como si les afectasen poco o nada los cambios que se iban produciendo y, en el peor de ellos, con una actitud abiertamente recelosa u hostil.
A esta ausencia masculina en la causa de la igualdad entre mujeres y hombres contribuyó indudablemente la tendencia de la segunda ola de feminismo (décadas de los 60 y 70) de centrarse prácticamente en exclusiva en la perspectiva y el sentir de las mujeres. Los hombres fueron concebidos como el colectivo opresor, monolítico y sin fisuras, en oposición a las mujeres, grupo oprimido e igualmente monolítico.
Este enfoque fue muy válido y necesario en su momento, pues resultó imprescindible para crear un movimiento autónomo de mujeres que abriese el camino hacia una lucha eficaz contra la desigualdad: era preciso visibilizar a las mujeres y su subordinación histórica, hacer oír sus voces y luchar para que la sociedad las reconociera como agentes en la vida política, social y económica. Además, aunque la concepción monolítica de la masculinidad por parte del feminismo no dejara margen para su reconstrucción y reinterpretación y, por tanto, ciertamente no propiciara una incorporación de los varones, tampoco se constataban esfuerzos serios por parte de ellos, más allá de la creación de algunos grupos anti-sexistas con poco alcance y sin desembocar en un amplio movimiento de hombres (döge 2000). En la izquierda política, la reacción de los hombres ante el feminismo oscilaba más bien entre la esperanza ante su supuesta “pronta desaparición” y los reproches hacia una figurada desvirtuación de la lucha de clases. También en la izquierda, los hombres necesitaban acostumbrarse primero a que, sencillamente, el feminismo cuestionaba de forma radical el poder de los varones.
Los enfoques teóricos feministas que construían su argumentación principalmente alrededor de la tesis del patriarcado y el reconocimiento de la subordinación histórica de las mujeres dieron paso hacia finales de los años 70 a la teoría de género, que situaba en su centro las relaciones entre géneros y ya no solamente a las mujeres de forma aislada. Aunque constituyó un giro de gran repercusión en el debate académico, no llegó a desplegar todo su potencial transformador en la práctica. de hecho, las políticas públicas que se habían puesto en marcha en algunos países europeos seguían dirigidas en exclusiva hacia las mujeres, con el objetivo de superar el déficit en los ámbitos político, laboral y económico para propiciar la igualdad de oportunidades (Meentzen/Gomáriz 2002).
La utilidad de estas políticas fue y sigue siendo innegable. No obstante, el hecho de que la equidad afecta en la misma medida a los hombres que a las mujeres no se trasladó al ámbito de actuación estratégica y no se plasmó en el desarrollo de políticas que enfocaran las relaciones de género y pretendieran cambiarlas de forma integral, con todos sus componentes. De hecho, en muchos casos, el término “género” vino a sustituir al de “mujer(es)” sin significar una transformación real, utilizándose como sinónimos mal entendidos. En definitiva: las políticas de igualdad seguían y siguen siendo en primer lugar políticas destinadas a mujeres.
El promover el empoderamiento y la capacidad de las mujeres de ser protagonistas de sus propias vidas, así como el fomentar la igualdad de oportunidades, continúan siendo estrategias imprescindibles para avanzar hacia la equidad de género. Sin embargo, precisamos ir más allá, necesitamos estrategias de inclusión de los hombres, hacen falta políticas de igualdad dirigidas hacia ellos y hacia la sociedad en su conjunto. Aunque no es una idea nueva, es necesario lograr que esta cuestión se debata más a fondo en la sociedad, en el movimiento feminista y en el sindical. La igualdad ha de ser, también, asunto de hombres.
Es precisamente en el mundo laboral y en la intersección de éste con lo que se ha venido llamando “ámbito privado” donde claramente se aprecia la necesidad de plantear políticas género- inclusivas, de incorporar a los varones a la tarea de conseguir una sociedad más justa en estos términos. Las desigualdades en el empleo se perpetúan con una persistencia sorprendente y, pese a su incorporación masiva al mercado laboral, las mujeres continúan enfrentándose a mayores índices de desempleo, tasas inferiores de actividad, techo y paredes de cristal, precariedad contractual y una brecha salarial situada en España alrededor del 25%.
Las razones para la supervivencia de esta discriminación flagrante de las mujeres en el empleo no se ubican solamente, que también, en la regulación de este espacio. Es la asunción prácticamente en exclusiva del trabajo doméstico y del cuidado y, por tanto, la ausencia de los varones en este ámbito, la que subyace en gran medida a la perpetuación de las desigualdades en el mundo laboral. Las responsabilidades del ámbito doméstico conducen a una merma de la disponibilidad y la energía que podrían invertir las mujeres en el trabajo remunerado. Parten de una clara desigualdad de condiciones en comparación con los hombres a la hora de incorporarse al empleo.
Las estadísticas son claras: la Encuesta de Empleo del tiempo realizada por el Instituto nacional de Estadística (InE) evidencia diferencias significativas entre hombres y mujeres.
En un día promedio, las mujeres dedican tres horas más al hogar y la familia que los varones, mientras que trabajan de manera remunerada dos horas menos (InE 2002). En materia de permisos por maternidad y paternidad, así como excedencias por cuidado familiar, se confirma lo que la Encuesta de Empleo de tiempo sugiere. Según la legislación española, la madre es titular única del permiso de maternidad de 16 semanas, del que puede ceder una fracción al padre tras disfrutar de la parte obligatoria de seis semanas. Esta cesión, que significa un mayor compromiso del varón con el cuidado de sus hijos/as, se realizó en 2009 en tan sólo un 1,68% de los permisos otorgados (Ministerio de trabajo e Inmigración 2009). Un panorama similar encontramos con respecto
a las excedencias por cuidado: de más de 37.000 disfrutadas en 2009 en el Estado Español por esta causa, solamente 2.161 (el 6%) fueron cogidas por hombres (Ministerio de trabajo 2009). Desde la entrada en vigor de la Ley orgánica de Igualdad Efectiva entre Hombres y Mujeres (LoIEHM), de marzo de 2007, existe un permiso de paternidad específico, intransferible pero no-obligatorio, que ha sido acogido ampliamente por los varones. En todo el Estado, el porcentaje de los permisos de paternidad en relación a los de maternidad es del 80%.
Este dato es sumamente positivo, pues refleja la voluntad de muchos varones de involucrarse en mayor medida en el cuidado de sus hijas e hijos. Sin embargo, aunque el establecimiento del permiso de paternidad representa un buen punto de partida, resulta muy escaso para fomentar la corresponsabilidad y el compromiso de los varones con las tareas del cuidado. La corta duración del permiso de paternidad, actualmente de 15 días y del doble exactamente a partir del 2011, pone de manifiesto que no se puede considerar una herramienta real para compartir el cuidado de hijos e hijas, sino que se concibe como un tiempo para que los padres puedan estar en casa con los/as hijos/as mientras que la madre se recupera del parto (Castro García/ Pazos Morán 2007).
Pese a estas estadísticas poco alentadoras en general y algún que otro indicio de cambio en particular, no hemos de caer en explicaciones estereotipadas, sino mirar más de cerca cuáles son las dificultades reales y específicas que enfrentan los hombres a la hora de querer estar presentes en mayor medida en este ámbito. Un estudio encargado por el sindicato alemán ver.di1 ahondó en estas cuestiones (döge 2004). El punto de partida fue una situación manifiestamente contradictoria. Mientras que un 70% de los hombres alemanes declaraba querer pasar más tiempo con sus hijos/as, tan sólo un 5% de los padres cogía una excedencia para cuidarlos. El estudio se propuso investigar en las empresas esta falta de concordancia entre intención y realidad, centrándose en los varones que habían cogido un permiso parental, excedencia o reducción de jornada y, por otro lado, en los comités de empresa y su papel ante estas cuestiones.
Los resultados revelaron que mientras que el proceso formal de solicitar la excedencia o reducción de jornada transcurrió en la mayoría de los casos sin problemas (también porque suponía una reducción de costes en recursos humanos), las reacciones de su entorno directo en su lugar de trabajo fueron notablemente más adversas. Los hombres experimentaron desde falta de comprensión y prejuicios hasta discriminación abierta y marginación.
La reducción del tiempo de trabajo se interpretaba como un atrevimiento o desconsideración hacia el resto de las personas trabajadoras: el hombre que concilia vida laboral y familiar era considerado un vago. Ni compañeros ni superiores directos reconocían las responsabilidades familiares como motivo legítimo para reducir el tiempo invertido en el trabajo, y los hombres sentían la necesidad constante de justificarse. Otro resultado destacable del estudio es la escasa importancia que otorgaron los hombres a los comités de empresa, tanto en el momento de solicitar información como durante el proceso de solicitud de permisos o reducciones.
Los hombres se las arreglaron solos en la gran mayoría de los casos. Este hallazgo coincide con conclusiones sobre los propios comités que, en general, consideraban la conciliación de la vida personal, familiar y laboral como un problema secundario. El subtema “hombres y conciliación” quedaba relegado a un tercer plano (ibid.).
El estudio revela la necesidad de fomentar la naturalización de la asunción de responsabilidades en el cuidado y trabajo doméstico por parte de los varones. Las políticas públicas de equidad de género tienen que ser un instrumento eficaz para propiciar un ambiente favorable con el fin de que este cambio cultural se produzca. Esta constatación es válida para los países europeos en su conjunto. En este sentido, la Ley orgánica de Igualdad Efectiva entre Hombres y Mujeres supone, sin lugar a dudas, un hito importante para las políticas de igualdad en España. No obstante, en materia de conciliación de la vida personal, familiar y laboral es poco efectiva con respecto al objetivo de fomentar la corresponsabilidad de los hombres.
Estudios a nivel europeo evidencian, y las estadísticas para el Estado Español así lo confirman, que los permisos transferibles (como el permiso de maternidad dispuesto en la LoIEHM) a los que teóricamente se pueden acoger ambos progenitores/as, en la práctica son asumidos por las mujeres, fomentando por tanto la división sexual del trabajo. Si bien la asunción del permiso intransferible de paternidad a partir de esta Ley es un paso en la dirección correcta, para superar la desigualdad resulta necesario ampliar el abanico de políticas públicas, dirigiendo una buena parte de ellas específicamente a los varones.
En materia de políticas públicas de conciliación, esto significa transitar hacia permisos intransferibles, de igual duración y con la misma parte obligatoria para ambos progenitores/as. Ello posibilitaría y promovería la participación de los varones en las tareas del cuidado desde un principio, contribuyendo a romper la tradicional división sexual del trabajo. La obligatoriedad de una parte del permiso posibilita además el necesario cambio cultural en los varones y en las empresas.
En definitiva, avanzar hacia la equidad de género, romper la división sexual del trabajo y el dominio de los varones de gran parte de la vida política, económica y social, significa no solamente “cambiar a las mujeres” y posibilitar que lleguen al lugar que ocupan los varones. Significa transformar las relaciones de género, incluyendo “cambiar a los varones”.
Sin embargo, no es conveniente hacerse ilusiones poco realistas. Hombres abiertamente patriarcales no se interesarán por agendas de justicia de género si no las pueden aprovechar para obtener aún más “derechos” en su propio beneficio (Hearn 2001). No obstante, los varones tienen mucho que ganar con la equidad entre géneros. Sin minimizar en absoluto las consecuencias que acarrean los órdenes patriarcales para las mujeres, las experiencias de poder de los hombres son contradictorias y en muchas ocasiones alienantes (Kaufman 1994). Su dedicación en exclusiva al trabajo remunerado y su ausencia en las tareas del cuidado, por ejemplo, les facilita una mayor autonomía económica y social, pero les priva de una existencia plena y de una presencia en las distintas esferas y dimensiones de la vida.
En todo caso, una mayor incorporación de los hombres a la causa de la igualdad no debe suponer una nueva toma de control que pueda significar una merma de atención para la agenda de las mujeres con el argumento que ellos necesitan mayores recursos aún para solventar sus problemáticas (Hearn 2001). Es preciso no perder esta cuestión de vista.
Para el movimiento feminista, la incorporación de los varones requiere de una mayor apertura hacia ellos: resulta necesario buscar alianzas estratégicas e integrarles al trabajo común por la equidad de género, así como asegurar que las políticas de igualdad promovidas impacten sobre el conjunto de la sociedad, mujeres y hombres. Este proceso precisa la continuidad de espacios autónomos de mujeres, pero también, y cada vez más, la creación de espacios de actuación conjunta (astelarra 2000).
En esta labor, el papel de los sindicatos y del feminismo que se inscribe en el movimiento sindical es muy significativo. El trabajo es un espacio clave para la negociación de las relaciones de género. Es una fuente de poder y recursos, un interés vital central y un medio de identidad, especialmente para los varones. Representa además un medio de resistencia ordinaria, cotidiana aunque estructural, frente a la equidad de género. Las actividades diarias de los varones en organizaciones comunes (mainstream) constituyen y construyen, por sí solas, una “barrera” al logro de la equidad (Hearn 2001). Queda por tanto mucho por hacer para los sindicatos: desde la realización de estudios aplicados para comprender mejor el papel de los varones en la perpetuación y superación de las jerarquías de género hasta la paulatina integración de esta cuestión en la acción sindical en sus distintas formas y niveles.
En este sentido, en un plano más interno, es preciso sumar a los varones al trabajo por la equidad de género en el movimiento sindical. Tal como lo expresa Hearn (2001), las organizaciones políticas mainstreamse pueden concebir como lugares de organización de los varones. aunque supuestamente neutras en términos de género, son a menudo de facto “organizaciones de hombres”. Los sindicatos ciertamente no se escapan a este diagnóstico, pese a todos los avances habidos en los últimos años. El desarrollo de formas de prácticas masculinas “profeministas” en el contexto de estas organizaciones es clave para romper la relación entre el poder y determinadas formas de masculinidad hegemónica y superar así desigualdades (ibid.). avanzar en esta dirección es, sin duda alguna, una asignatura pendiente para el movimiento sindical.
Estas “prácticas masculinas profeministas” no se refieren a la adopción de un discurso de igualdad por motivos de corrección política por parte de los hombres, sino a un ejercicio de reflexión y transformación serio y continuado que aspire a deconstruir la masculinidad hegemónica.
En la práctica, existe un sinfín de posibilidades por descubrir e ingeniar para abordar esta importante labor en el trabajo cotidiano, como la creación de espacios separados y conjuntos de reflexión y acción o la inclusión de módulos específicos sobre hombres y equidad de género en los cursos de formación sindical.
En definitiva, trabajar para lograr la equidad de género, sumar a los hombres a esta causa, no es un asunto secundario o marginal, sino que significa avanzar hacia una sociedad justa en términos de género y, por tanto, hacia una sociedad con plenamente democrática.
Kirsten Lattrich. Secretaría de Mujer, Cooperación y Juventud de CCOO Castilla la Mancha.
Publicado por Julian.Buey en 16:05
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