lunes, 5 de marzo de 2012

Visibilizadas y empoderadas

Periódicamente, algún periodista me cuestiona palabras que, como feminista que soy, uso mucho. Especialmente, los verbos “empoderar” y “visibilizar”. Sus principales argumentos son que suenan mal y que no son del todo correctos: que “empoderar” es un calco del inglés, que el contexto en el que usamos “visibilizar” no se corresponde con la definición de la RAE… Que son palabros, vaya. Ya sabéis eso de que lo que no se nombra no existe, frase que condensa por qué es necesario hacer un uso no sexista del lenguaje que visibilice (sí, visibilice) a las mujeres. Y no se trata de usar el tedioso “vascos y vascas”, o de dar rodeos para no usar el masculino genérico. Yo creo que basta con ser consciente de que cómo hablamos es un reflejo de cómo pensamos. Si hablamos en masculino, estamos imaginando el mundo en masculino. Total, que las mujeres necesitamos construir palabras nuevas o dar un nuevo significado a las existentes, para poder nombrar conceptos nuevos que son el resultado de la lucha en defensa de nuestros derechos, como el que plantea la palabra “empoderamiento”. Así que lo haremos aunque la RAE (formada mayoritariamente por hombres poco interesados en investigar fórmulas para un uso no sexista del lenguaje) no lo reconozca. Por cierto, que a quienes nos acusan de destrozar el castellano, otro día les enlazaré también ejemplos en los que se dan patadas a la gramática por empeñarse en hablar en masculino: desde mujeres que se presentan como “presidente” o “redactor jefe”, a errores de concordancia en los que se empieza hablando de “personas” y se cambia al masculino. La cuestión es que en uno de esos cuestionamientos, me dio por preguntar a la Fundación del Español Urgente vía Twitter (@Fundeo, vaya descubrimiento), y esto fue lo que me contestaron: - «Visibilizar» es un verbo correcto y se puede aplicar en ese contexto (visibilizar a las mujeres o a las minorías) - «Empoderar» es un verbo correcto http://bit.ly/gdwAq0 Pero aún nos queda el argumento de que suenan mal. “También suena mal ‘escroto’”, me dijo una compañera, “y no nos da por cuestionarlo”. Me parece bien que se tengan gustos sobre palabras más o menos bonitas. Pero creo que éstas suenan raras porque son nuevas. Con el tiempo cada vez más gente (espero) las usará con naturalidad y con gusto. Pero en todo caso, no me parece que proceda cuestionar una palabra cuyo significado no condensa tan bien ninguna otra, porque no nos parezca bonita. A las personas que defendemos el lenguaje inclusivo no nos gusta hablar raro ni crear artificios porque sí. Otra palabra criticada es el acrónimo LGTB, como forma de visibilizar también (¿no véis como necesito usar ese verbo todo el rato?) a las lesbianas, transexuales y bisexuales, y no hablar sólo de homosexuales. El lío es que hay gente que ha ido añadiendo siglas, como la I de intersexual. Bajo la misma lógica, se ha creado un palabro horroroso: homolesbotransfobia. Pues hace poco una activista bollera me dijo que han empezado a sustituirla por “sexofobia”, es decir, fobia a la diversidad y libertad sexual. Y me pareció muy bien. Poco a poco se van buscando fórmulas sencillas. Si seguís sin ver la importancia del lenguaje inclusivo, al menos tened en cuenta que burlarse de él ha sido una de las principales estrategias de los posmachistas (incluidos algunos tan célebres como cierto escritor arrogante) para desacreditar al feminismo. Así que os propongo que seais constructivos en vuestras críticas y busquemos formas cada vez más razonables de nombrarnos. Y, entre las diversas propuestas, me gustó la de Itziar Ziga, en el prólogo de su imprescindible Devenir perra: “Abogo desde aquí por la discordancia de género como mecanismo de sabotaje sexual y lingüístico. Nunca me ha salido del coño generalizar en masculino, pero tampoco quiero entorpecer mi narración con tediosas as/os o arrobas o estrellitas. La segregación biológico-social de género es para mí cada vez más turbia. Ya no sé lo que es una mujer, ni me interesa. A mi abuela Susana Goikoetxea, que tiene ahora noventa y ocho años, lo primero que le patinó cuando empezó a perder las conexiones con su entorno fue el concepto establecido de género. Nos hablaba a nosotras en masculino y lo mezclaba todo. Aupa, amona, por fin te has librado del lenguaje simbólico que te destinó a ti y a todas las mujeres a servir en la casta inferior. Lo dicho, seguiré la rebeldía senil de mi amona Susana y no suscribiré la lógica semántico-sexual que nos ha puteado a ella, a mí, a ellos, a todas”. Pues hablar como a una le dé la gana, pasando alegremente del masculino al femenino y viceversa, me parece una propuesta estupenda. Es lo que hago últimamente. Tres últimas notas: - Si el problema es la pereza o que no conocéis alternativas razonables al masculino genérico, podéis usar recursos como el programa Nombra en red o la web T-Incluye. - A los chicos que me han discutido últimamente: este post va sin acritud y hasta con agradecimiento, por ayudarme a seguir dando vueltas a temas como este y evolucionar (quiero pensar) - Mientras escribía este post, he visto en Twitter (sí, estoy enganchadísima) la entrada en Mi mesa cojea, que plantea que la desvinculación de la izquierda abertzale de ETA ha provocado toda una revolución sexual. “El sexo oral en baños de bares ha aumentado casi un 12.000%, según estudios del Euskobarómetro”. He estado tentada en mandar este post al garete y hablar del tópico (bastante real, por otra parte) de que en Euskadi no se folla, ya seas vasco o vasca. Seguro que tendría más visitas y comentarios. Pero soy una chica seria. http://gentedigital.es/comunidad/june/2011/02/17/visibilizadas-y-empoderadas/

EN LOS MEDIOS.DIVULGANDO, EDUCANDO Y DEFENDIENDO MUJERES!!!